Podría ser el inicio de una historia trágica, de las que pueblan los mares de Gaza: un bombardeo inesperado, un ataque, la sangre y las heridas. El pescador perdió el zapato, dejó la barca sobre la orilla y a su lado el remo con el que maneja esta pequeñísima embarcación de pesca. Una bala, como lanzada desde el mismo cielo, le dio en el hombro mientras faenaba. Al atardecer, nadie vino a alejar la barca de la orilla, y se la podría llevar el mar si no se pone remedio antes de que suba la marea. El cielo y el mar, en densa calma, arranca dorados a la tarde, mientras contemplamos la barca sola, el zapato solo, el remo sobre la arena.
Pero también podría ser que una llamada interrumpiera la faena, que, al "Jawwal", siempre presente en los bolsillos palestinos, alguien le llamara para decirle al pescador que ha nacido su hijo, que se apresurara a la casa. Y mientras las olas se inician en el cortejo de olas que seducen a la barca, el hombre, que no se ha dado cuenta de que perdió su zapato, abraza a su hijo embelesado en este dulce atardecer.
Porque las historias palestinas no siempre han de ser terribles.
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