lunes, 17 de febrero de 2014
lunes, 2 de enero de 2012
El zapato del pescador
Podría ser el inicio de una historia trágica, de las que pueblan los mares de Gaza: un bombardeo inesperado, un ataque, la sangre y las heridas. El pescador perdió el zapato, dejó la barca sobre la orilla y a su lado el remo con el que maneja esta pequeñísima embarcación de pesca. Una bala, como lanzada desde el mismo cielo, le dio en el hombro mientras faenaba. Al atardecer, nadie vino a alejar la barca de la orilla, y se la podría llevar el mar si no se pone remedio antes de que suba la marea. El cielo y el mar, en densa calma, arranca dorados a la tarde, mientras contemplamos la barca sola, el zapato solo, el remo sobre la arena.
Pero también podría ser que una llamada interrumpiera la faena, que, al "Jawwal", siempre presente en los bolsillos palestinos, alguien le llamara para decirle al pescador que ha nacido su hijo, que se apresurara a la casa. Y mientras las olas se inician en el cortejo de olas que seducen a la barca, el hombre, que no se ha dado cuenta de que perdió su zapato, abraza a su hijo embelesado en este dulce atardecer.
Porque las historias palestinas no siempre han de ser terribles.
Mujeres que encontré en Gaza
He salido con Muna e Ibrahim a tomar un café.Es un sitio que está cerca del hotel y que tiene una sala interior donde la gente fuma larguilas, juega al billar y se reúne. Está bien, la verdad. Allí nos hemos encontrado con Darin, de Ramala que, para llegar a Gaza, a una hora escasa de camino, ha tardado dos días pues lo ha tenido que hacer a través de Amman - Cairo - Al-Arish; le gusta Gaza, dice que la gente de aquí es mucho más amable que la de Ramala y que, total, allí también están encerrados.
Trabaja para una ONG que se dedica a promocionar el empleo y esta noche nos decía que hoy había llorado al comprobar que la gente aquí no tiene ninguna disposición hacia el futuro, que ninguna empresa está dispuesta a invertir en maquinaria o en crear empleo porque no saben qué pasará, si los bombardearán, si se quedarán con los productos, si cerrarán de nuevo las fronteras completamente. Así que eso es lo que hay, que la gente vive al día, que quieren vivir y disfrutar algo y que el futuro lo ven, como poco, incierto.
Este visita me ha acercado más a la gente del PCHR, yo ya tenía mucha amistad con algunos de ellos, pero esta vez me he dedicado más a hablar con ellos y a visitarlos en sus casas y casi todos ellos, en algún momento, me han planteado que les gustaría irse o cambiar de trabajo. La verdad que trabajar por los Derechos Humanos en Gaza debe ser agotador.
Esta tarde, Samar, la traductora que me ha acompañado a Jabalya me contó que tiene una hija pequeña, de un año, más o menos, que nació con muchas incapacidades, entre ellas, ser ciega. La primera hija. Me decía que ella cree que es del fósforo blanco pues donde ella vive los soldados entraron, literalmente, a las casas, partiendo las paredes y que la guerra fue un horror desde el principio al fin, pues estuvieron en esa zona todo el tiempo. Me decía cómo escuchaba el movimiento de los tanques y las voces de los soldados. Varias veces estuvo expuesta al fósforo blanco Y me dijo que creía que los problemas de su niña eran por eso. Samar es una mujer joven y guapa, ha vivido en muchos países árabes y ella misma nació en Yemen, ahora, casada con un hombre de Gaza, siente que no es el mejor lugar para vivir y dar los cuidados necesarios a su hija.
Muna, por otra parte, me comentaba que no sabía si podría superar otra guerra como la pasada, que tuvo que huir de su casa, con sus hijos y tuvo suerte, porque justo después cayó metralla en su edificio. No creo que nadie pueda superar estas cosas del todo. Y en doble dosis menos todavía
infelicidad
Para mí una de las cosas más horribles de estos países es la perversión de obligar a las mujeres a taparse de esta forma. Esta obligación viene de la mano de la terrible presión social que hay sobre las mujeres. Por mi parte, estos días en Egipto, las miradas de los hombres me han hecho sentir intimidación. En realidad es un país en el que se puede mirar a muy poca gente a la cara dado que hay tantas mujeres tapadas y que ello lo impide y que, a los hombres, lo mejor es casi no mirarles. Por las calles, la insistencia en meterse en tu vida acaba incomodando, sobre todo porque, en realidad, tienen muy poca capacidad para resolver cualquier cosa. Por ejemplo, ¿por qué un hombre que no sabe una palabra de inglés me pide la tarjeta del hotel para explicarme donde está si no sabe leer???? Y luego insiste, a pesar de que yo le contesto malhumorada, porque a la gente amable se le ve, pero hay mucho tipo por ahí colgado que en realidad piensan que por no ir tapadas o por ser occidentales tenemos otra vara de medir. Puede que la tengamos, pero sobre todo se manifiesta por nuestra capacidad para decidir.
Pero esa especie de intimidación que ejerce la mirada permanente de los hombres, de abajo a arriba de tu cuerpo, escudriñando tus movimientos y tus gestos, esa especie de patente de corso -que por cierto, no está mal compararlos con los piratas - que parece que tienen, es bastante molesta y sobre todo, resulta asquerosa. Así que no me extraña que muchas mujeres lo decidan para quitarse del medio, para que no las molesten, para no sentirse abusadas; no me extraña que existan vagones en el metro solo para las mujeres, donde el espacio reservado les permite una mirada y una conversación libre y que busquen estos reductos de forma cada vez más generalizada. Espacios que las dotan de una personalidad y un valor que no reciben socialmente. Aquí, en Egipto a muchas mujeres se las insulta por el simple hecho de ir destapada, se las llama puta, por ejemplo. Algunas, que desconocemos lo que nos dicen, no nos damos por aludidas. Pero aún después de la revolución, la mayor parte de los hombres no se han enterado de que las mujeres reclaman un espacio propio y compartir el de todos. Reclaman formar parte de la sociedad y que se las respete en sus decisiones.
Por esto, el gesto de esta mujer en la foto me resulta sugerente, pues, obligada de una u otra manera a taparse, ha vuelto su cara hacia abajo para no ser retratada. ¿Qué sentido tienen si ya están fuera de la imagen???
Su marido, total, podría hacerle la foto a un paño de cocina y sería igual de conmovedor.
domingo, 14 de febrero de 2010
UN ARTICULO Y LA RESPUESTA ADECUADA
UN ARTÍCULO Y UNA CONTESTACIÓN
Hemeroteca | lunes, 10 de octubre de 2005
ARTÍCULO: La vuelta a la Cristiandad
AUTOR: Francisco Bejarano
HACE hoy 741 años que las tropas de Alfonso X el Sabio reconquistaron Jerez definitivamente para la Cristiandad, después de 553 de ocupación por la morisma y, lo peor de todo, por las intolerantes sectas de
almohades y almorávides que arruinaron España y acabaron con los restos de cristianismo que el efímero califato había consentido. Los musulmanes fueron expulsados en masa de la ciudad, excepto los \"moros del Rey\", en realidad colaboracionistas. Debido a la desconfianza que inspiraban a la población
cristiana con la frontera de los infieles tan cerca, a finales del siglo XIII no había en Jerez ni un solo moro y las casas de la ciudad y las tierras de su alfoz habían sido repartidas entre cristianos, nuestros antepasados verdaderos. Antonio Domínguez Ortiz lo repitió hasta cansarse: \"Somos descendientes de gente del norte. Andalucía nunca más será musulmana\". Lo primero no tiene vuelta atrás y en lo segundo confiamos. Si pensáramos con detenimiento en lo que significaría pertenecer al islam hoy, se nos erizarían los pelos de horror.
En realidad Jerez fue reconquistada unos años antes por san Fernando, padre del Sabio, pero no teniendo con quien repoblarla, quedó como ciudad vasalla con una guarnición cristiana en el alcázar y la población musulmana que ya tenía. Traidores y taimados, se rebelaron los moros contra la guarnición cristiana incumpliendo los pactos. El rey Alfonso indignado por la falta de respeto hacia su padre, puso cerco a la ciudad y no descansó hasta verla rendida y despoblada. Nunca se había visto una invasión extranjera de España que dejara menos vínculos con el invadido: ni la lengua, ni la religión, ni las costumbres, ni el vestido, ni ninguna de las artes. Lo que queda en pie del arte musulmán, aunque tenga sus excepciones, es poco, pobre y está falseado por manos cristianas o es falso por completo, y lo que muchos toman por arte musulmán es cristiano: el mudéjar. Del turrón y de los pestiños nadie tiene conciencia de que tengan
origen morisco, si es que lo tienen; y las palabras de origen árabe están casi todas en desuso y tienen morfología latina.
Durante un breve tiempo fueron el exotismo oriental al alcance de la mano. La morería del norte de África nos cayó simpática, hasta que la visitamos para no volver, nos enteramos de las degollinas de Argelia y tuvimos noticias de regímenes como el de los talibanes. El gran fin de fiesta, y comienzo de otra, de las Torres Gemelas de Nueva York ardiendo y desplomándose nos hizo ver hasta qué extremos puede llevar la miseria moral de los dirigentes islamistas y la ignorancia de sus seguidores. Alfonso X
nos trajo una Europa caballeresca todavía que acababa de inventar la maravilla del gótico e iba camino del Renacimiento y del Humanismo, y de la formación de la nación española dentro de la Romanidad y su sistema de pensamiento. Por eso hoy es fiesta para los jerezanos, que se debía celebrar más para resaltar de la que nos libramos con la reconquista.
CONTESTACIÓN: CONTRA LA INTOLERANCIA Y LA IGNORANCIA
AUTORA: CRISTINA RUIZ-CORTINA SIERRA
ASOC. AL-QUDS
Ha caído en mis manos hace unos días un artículo publicado el pasado mes de octubre por Francisco Bejarano en el Diario de Jerez denominado: “La Vuelta a la Cristiandad”. Deseo contestar al mismo ya que estimo que está plagado de argumentos confusos y tendenciosos, con los que pretende llevarnos a una extraña conclusión: la necesidad de conmemorar y celebrar la fiesta de la Toma de la ciudad de Jerez por los reyes cristianos y la derrota y expulsión de sus antiguos pobladores llamados por él despectivamente “la morisma”. Quería en primer lugar hacer la reflexión sobre lo poco cristiano que es su recomendación ya que lo cristiano sería tender la mano, celebrar la convivencia y la diferencia y no alentar ánimos de desconfianza y temor que más recuerdan a la inquisición. A ello suma argumentos plagados de enormes errores históricos, geográficos y étnicos. Sus párrafos están tan llenos de expresiones tan miserablemente descalificadoras que son obviamente racistas. En la forma y en el fondo el artículo no tiene ningún desperdicio. Una joya, lamentablemente, para un poeta.
Dice el autor “nunca se ha visto una invasión extranjera de España que dejara menos vínculos con el invadido: ni la lengua, ni la religión, ni las costumbres, ni el vestido, ni ninguna de las artes”, para acabar diciendo que “las palabras de origen árabe están casi todas en desuso”. Lamento que nuestro poeta desconozca que hay más de 3500 palabras que se utilizan habitualmente en nuestro castellano coloquial. Es más, creo que no es cierto que desconozca que palabras tan actuales como alcalde, azúcar, aceite, acequia, albañil, albóndigas, alcachofas, algodón, álgebra, alcantarilla, cifra, escabeche, tabique, arrabal, barrio, gandul, fulano, jarra, asesino, arroz, aduana, baladí, zoco, berenjena, zanahoria, sandía... y hasta olé, sean palabras de origen árabe. Dudo que las desconozca o que nunca las haya utilizado en sus poemas o en su vida cotidiana palabras como jazmín, almohada, carcajada, alborozo, alfombra, almanaque o alféizar. Me extraña que un poeta desconozca no sólo estas palabras tan ligadas a la prosa andaluza, sino que desconozca su origen, porque conociendo su origen es como se le puede dar el sentido exacto a cada una de ellas. 3.500 palabras de nuestra vida cotidiana, no en desuso, que se pueden utilizar también para la poesía y la prosa poética pues, no obstante, muchas de ellas han sido consideradas de las más bellas del castellano: alborozo, jacaranda, ámbar, azabache, nenúfar, ojalá.....
Es probable que él no utilice la palabra ajonjolí, alubia o azafrán, pues no es cocinero; que no utilice el álgebra ni las cifras, pues no es matemático; que nunca pase por la aduana, pues vive en Jerez y no en Málaga ni en Cádiz; que no goce de los altramuces, el almíbar, los alfajores o el azúcar, pues ya no es un niño; que nunca haya hablado con un alcalde, pues en Jerez ahora hay Alcaldesa; que desconozca el algodón, las acequias, las acelgas, los azudes, las acémilas, la fanega o los jaramagos, por que no es un campesino; Que no sepa lo que es un tabique, un azulejo o un adoquín, porque no es un albañil. Ni las almadrabas y los atunes, porque no es pescador. Quizás no juegue al ajedrez, y por eso no sabe que jaque también es palabra árabe. Pero es muy triste que un poeta desconozca el hondo sentido de la palabra alborozo, o la emoción de escuchar las carcajadas de los niños. Me alegro si nunca sufrió una caravana en un fin de semana de verano; pero es mezquino si no ha soñado nunca utilizando la palabra “ojalá” que hace mención a los deseos divinos. Es difícil que en la ciudad de las azoteas nunca se haya asomado a ver el atardecer a una de ellas. Y lamento que nunca se haya emocionado con el olor de los jazmines, o el tacto de los arrayanes en los arriates andaluces o que no haya descubierto la belleza profunda del azabache o el color azul. Sobre todo ello, lamento que desconozca la palabra rima, que es de origen árabe, pues aquí no hay excusas: él es poeta.
Si dejamos las palabras nos encontramos en una tierra con uno de los patrimonios de la época musulmana más ricos de toda España y de Europa, pues qué es si no la ciudad de Córdoba en sí misma “Patrimonio de la Humanidad” y a quién les deben su patrimonio fundamental ciudades como Sevilla, Granada, Málaga, Jaén o la misma Córdoba. ¿No son acaso la Mezquita y la Alhambra dos de los monumentos más visitados y admirados de España y, por supuesto, los dos principales de Andalucía? ¿Qué tiene de cristiana La Alhambra si fue abandonada tras la conquista de la ciudad y se convirtió en refugio de maleantes, prostitutas y truhanes hasta que Washington Irving la descubrió en el siglo XIX? ¿Son acaso pobres y falseados estos monumentos? ¿son engañados, pues, los turistas que la visitan? Nuestras ciudades están en su corazón tramadas por un plano de origen árabe que las hace laberíntica y seductoras; aquellos árabes andaluces dieron nombre a los arrabales, las barbacanas, las alcantarillas, los alcázares. Las calles frescas y sombrías en el verano son aquéllas que perduran de la época en que se practicaba la ecología y la eficiencia energética sin saberlo. la Giralda tiene una hermana en Marruecos; Sierra Nevada está aún plagada de aljibes azudes, y acequias de regadío tan eficaces, que hasta hace poco tiempo han servido a la población. Nuestro territorio está plagado de recuerdos y de nostalgias.
No son baladíes sus argumentos pues lo que buscan son la confusión y el desprecio de un patrimonio muy andaluz y del que todos los andaluces deberíamos de estar orgullosos sin excepción, no sólo el patrimonio artístico o monumental, sino nuestro patrimonio culinario – en el que no voy a insistir por obvio - , nuestro léxico, nuestra cultura, nuestra propia sangre. Somos, a pesar de su pesimismo y desprecio, una tierra soñada por muchos poetas y pueblos y tenemos el privilegio de gozar de ella día a día. A ello han contribuido todos los pueblos que aquí vivieron o por aquí pasaron. Excepto los americanos que destrozaron las playas y las ricas huertas de Rota y utilizan las bases para sembrar la muerte y las guerras en el planeta.
Quiero insistir en otro argumento que marca la línea de su artículo: la confusión, la desconfianza y el miedo. No es científico hablar de “futuribles”. ¿Qué hubiera pasado si no hubieran sido expulsados los musulmanes españoles de éste, su país? Probablemente cualquier ejemplo sería vano y estúpido, pues Al-Andalus fue una singularidad en la historia de Europa, fue un lugar de encuentro de conocimientos, lenguas y distintas sabidurías y tradiciones. Fue, por tanto, un lugar también de enfrentamientos, pero fue un lugar singular. No es posible imaginar qué hubiera ocurrido. Tras 800 años, de Andalucía se expulsaron a los andaluces, de la misma manera que se expulsaría a americanos de Norteamérica, si se decidiera expulsar a los irlandeses que emigraron allí hace 200 años huyendo del hambre de Europa.
Tras su expulsión y la de los judíos, no vino más que una de tantas épocas negras de la historia de España. Puedo citar al mismo autor que usted, Antonio Domínguez Ortiz, o al catedrático de Salamanca (que por cierto fue profesor mío) Manuel Fernández Álvarez. Los guerreros castellanos que nos colonizaron nada sabían de oficios, conocían las armas pero no los arados. A la historia me remito. Andalucía se hundió. Lea a historiadores, no a “aficionados” de la universidad de Georgetown.
En su verborrea fácil e ignorante, crea desconcierto y desasosiego, y lo mismo le da hablar de “la morisma” andaluza de hace 500 años, que de los talibanes de Afganistán, obviando el hecho de que en ese país hay pastunes, uzbecos, tayicos, hazaras, nuristanis, turcomanos, y otras minorías y ninguna de ellas es “mora” (extraño e impreciso gentilicio), ni tampoco árabe, dado que estas étnias son de origen centroasiático y mongoles llegados allí con Gengis Khan. La confusión ha de ser intencionada, pues dudo que exista tanta ignorancia en quien tantos libros ha escrito. Es una confusión intencionada porque es racista en su fondo y en su superficie, y el racismo es una opción política: hay que desconfiar de lo distinto, pues es la barbarie, la ruina y hasta la intolerancia (según manifiesta el poeta en su artículo), sin darse cuenta de qué oscuros y siniestros sentimientos pretende alimentar y con cuánto desprecio se refiere a pueblos que, para un cristiano, que celebra la cristiandad, han debido ser también creados por Dios. Más bien su cristianismo está relacionado con el de Bush, que utiliza a Dios para sus fines, y bastante menos con el que, habiendo crecido en el respeto a sus principios, es capaz de sentir piedad, solidaridad, amor, generosidad y admiración hacia otros pueblos y hacia otras gentes. Si no lo hacemos así, muy cerca estamos de alimentar en nuestras entrañas los odios misóginos y destructivos de los integristas talibanes y muy lejos, muy lejos de ese Alfonso X al que llamaron por algo “el Sabio”, quizás por su tolerancia, quizás por su respeto a otras culturas, quizás por su amor al conocimiento. De hecho lo que más se conoce de él, además de sus hermosas Cantigas, es la Escuela de Traductores de Toledo. Verdadera cuna de la ciencia y del conocimiento que, posteriormente, impulsaría al Renacimiento Europeo. Comparto, esto sí, con usted, su admiración y respeto por el sabio rey.
No despreciemos nuestro patrimonio ni nuestra historia. Vivimos en una tierra hermosa y privilegiada. Aquí florecen cada primavera e incluso en el invierno, hermosos arriates de jazmines. Y su obligación, desde la privilegiada “azotea” que le otorga el Diario de Jerez, no es sembrar de estereotipos y prejuicios, y el miedo medieval al “otro”, sino apostar por el respeto y la convivencia y por la cooperación en distintos planos para ayudar a sobrepasar la enorme grieta de subdesarrollo, pobreza y falta de democracia en la que están sumidos muchos de los países árabes y del tercer mundo y que son la verdadera fuente de los desequilibrios y la desesperación de estos pueblos. Para ayudar también a sus mujeres a salir del ostracismo misógino del velo y el burka y luchar por su integración. La miseria moral de dirigentes y terroristas que llevó a los ataques milenarios no debe mezclarse con la generalidad de más de mil millones de musulmanes, dignos seres humanos, (solo que pobres la mayor parte de ellos), de la misma manera que no deseo que se me confunda con el cristianismo intolerante y belicista de Bush y sus compinches de las Azores. No debe ser este un siglo para celebrar triunfos y derrotas sino para trabajar por la concordia y la convivencia. Y para mirar al futuro con dignidad y optimismo estratégico.
sábado, 9 de agosto de 2008
Salgo de Gaza herida por la imbecilidad de este mundo
Salgo de Gaza herida por la imbecilidad de este mundo. Cada vez más se asienta en nuestra mente una imagen de la gente y la vida de Gaza que no se corresponde en absoluto con la realidad y que está siendo manipulada a sabiendas por medios de comunicación y discursos políticos a todos los niveles.
Salgo dolida por el silencio y más que por el silencio por la criminal complacencia que habita en las clases políticas, en los diplomáticos, en los estrategas, en muchos periodistas y en bastantes miembros de organizaciones internacionales. Me refiero al este y al occidente. A América, Europa y el Mundo Árabe, a China, a Rusia. A todos. Me refiero incluso al gobierno de Ramala.
Ya sé que mis palabras son duras, pero más dura es la vida de los palestinos de Gaza encerrados y bajo asedio a merced de la voluntad de Israel y de lo que traiga el mercado negro. A merced también del crecimiento e incremento de grupos radicales que van a dejar a Hamas a la altura de una chirigota. Más dura va a ser la vida de Shaima, de 8 años que aún tiene que recomponer su pierna a sabiendas de que no se podrá recomponer su familia rota por el ataque israelí. O la de Huda Ghalia, ya lejos del interés de los medios de comunicación, que vio la muerte de su familia en la playa hace dos años. Como dura es la vida de Salima que comenzó en la diálisis hace dos años y que con 16, cada día, dos veces a la semana, se le presenta un martirio para llegar al hospital, porque no hay medios de transportes y a veces cuando llega, no funcionan las máquinas o se paran por que no hay luz, o están ocupadas porque ya pasó su turno.
Más dura es la vida del pescador que no sabe si tendrá combustible y podrá faenar en las mínimas millas que les deja Israel a pesar de los tan traídos y llevados Acuerdos de Oslo. O de los taxistas, o de los miles de empresarios que han cerrado sus empresas, grandes o pequeñas, o que las han visto destruidas.La crisis energética inducida por los constantes cierres y cortes de combustible de todo tipo por parte de Israel, no discrimina entre niños que están en una incubadora, pacientes que viven dependientes de las máquinas, ancianos, niños que ven suspendidas las clases, trabajadores de todas las clases que no pueden desplazarse a su trabajo. Este castigo colectivo, junto a los constantes ataques está llevando a Gaza a una situación desesperada, pero no por ello claudicante, no por ello vencidos.
Esta actitud, de la que es más responsable que nadie Europa, -y dentro de Europa cada uno y todos los países firmantes de los Convenios y Cartas de Ginebra - que obligan a cada uno de ellos a cumplir y hacer cumplir con cuestiones tan elementales y básicas como proteger a la población civil ocupada, proteger los bienes y la capacidad productiva de los territorios ocupados, proteger la vida de los menores, garantizar el derecho a la educación, a la sanidad, a una vida digna, tendrá un efecto bumerang que nos va a dar de lleno, porque la violencia es un mecanismo de ida y vuelta y porque lo que se está haciendo en Gaza con cada uno de los cierres y asedios y destrucciones, y cortes de suministros son actos de violencia que toleramos y admitimos porque nos hemos acostumbrado a ellos.
En Gaza la violencia del ocupante no tiene límites y el sufrimiento del ocupado tampoco. La asfixia se llega a sentir hasta en los que podemos salir con más o menos garantías por que nos avala un pasaporte extranjero. La asfixia se siente cuando uno se sienta en la playa y ve las patrulleras israelíes en constante vigilancia de la costa, cuando se ven a lo largo de las fronteras los globos zeppelines colgados, las decenas de torres de control, las antenas militares, las rondas constantes de tanques y vehículos militares a todo lo largo de la frontera este de la Franja, cuando se ven los inmensos muros construidos como si se tratara de frenar una plaga medieval mortífera.
La violencia se manifiesta en los vuelos constantes de aviones pilotados o no sobre la zona, en la perpetua vigilancia, en las permanentes explosiones que acompañan el ritmo de una vida. En la muerte, tan presente en la vida de los palestinos. En la sangre que se mantiene agarrada a los muros de una casa, delatora de la crueldad del ocupante y del miedo de los niños. La sangre que nos salta a la cara llamándonos por nuestro propio nombre: “asesinos”, “cómplices”, “crueles cómplices tolerantes de todo, sordos al dolor”.
La violencia es cotidiana, es la inexistencia de combustible para cocinar, la ausencia de electricidad, la incapacidad de las madres en un momento determinado de calentar un biberón para un bebé que llora o en la presencia, cada vez más fuerte del trabajo infantil para suplir las carencias de una vida de por sí enormemente dura y difícil. Los niños son los encargados ahora de la recolección de madera, hojarasca y papel en los campos de refugiados que harán un poco de fuego para los hornos tradicionales de pan, o preparar algo caliente. Se les ve por todos lados, andando, con un carrillo con ruedas, en bicicleta, buscan como locos cualquier cosa que pueda arder. Suerte que el ocupante se ocupa de arrancar los árboles del entorno, no darán cosecha, pero podrán calentar la comida de miseria que les llega a través de organizaciones internacionales que se perpetúan a sí mismas en su labor caritativa y que no son capaces, ni en sueños, de dar soluciones políticas determinantes y drásticas a todo este despropósito.
La violencia se reproduce en las casas, en forma de maltrato a las mujeres o asesinatos por “honor”. También se reproduce contra los niños, en los niveles de desnutrición, en el desarraigo, en el absentismo escolar.
Cada día hacemos miles de gestos cotidianos que a la población de Gaza les están prohibidos por el simple hecho de vivir allí. La trascendencia de los mismos sólo se comprende cuando no puedes hacerlos y tu vida no está preparada para otra cosa: no poderte calentar un café antes de salir; no poder utilizar un ascensor, no tener una luz en las escaleras, no poder utilizar tu coche porque no hay combustible; no poder cargar un móvil, no poder enviar unos papeles por fax, o que no exista correo normal. Yo he venido al Jerusalén ocupado cargada de papeles sencillos que no suponen ningún riesgo para la “seguridad” del ocupante pero que su bloqueo sí que perturba y hace cada vez más difícil la vida de la población ocupada. El bloqueo consigue que una instancia para pedir una beca se convierta en una pesadilla, en lugar de un sueño, como debe ser.
El primer día que intenté en vano entrar en Gaza encontré en la frontera a una mujer de unos sesenta y tantos años. Estaba sentada en la única posible sombra que había allí: la que da la cabina de control de pasaportes. Llevaba una maleta azul y su imagen se me ha quedado grabada por varios motivos. Fátima, que es su nombre, nació en Jerusalén y su marido de toda la vida es de Gaza. Salieron los dos porque a él le hicieron una operación a corazón abierto en Amman. Al regreso, dejaron entrar al convaleciente, tras un viaje nada fácil a través de las fronteras israelíes, pero no a Fátima que continuaba allí cuando yo decidí coger un taxi y volver a Jerusalén. Aún hoy, continúa en Jerusalén sin permiso para entrar en Gaza. Simplemente porque nació aquí, donde tiene parte de la familia. Da igual que lleve 30 años viviendo en Gaza. Yo lamento no haber tenido reflejos en ese momento y haber esperado a ver qué pasaba con ella y haber regresado juntas a Jerusalén, no cabía en mi cabeza y aún no cabe, tanta crueldad calculada y fría; tanta determinación por hacer sufrir injusta e injustificadamente a la gente.
Sonia vive en Gaza desde hace 10 años. Es francesa y está casada allí. Es ilegal en Gaza porque los israelíes solo le dan un permiso de tres meses para entrar a su casa y luego tiene que salir y volver a pedir el permiso. Cansada después de tantos años, simplemente decidió no salir cuando estaba previsto y ahora teme que si sale nunca le dejarán volver a su casa. Ni su pasaporte ni su gobierno le ayudan. Las personas como ella, o no salen nunca, o no vuelven nunca. Israel decide su destino. Nada tiene que ver en esto la seguridad del Estado israelí.
Desde el Jerusalén ocupado, siento una enorme nostalgia por el sonido del mar, por el horizonte nocturno de luces de colores – cuando pueden salir los barcos a pescar – por la distancia que nos separa de aquel muro, de aquéllos amigos; por las enormes dificultades, no ya para ayudar, para liberarles, sino para hacer efectivo el simple gesto familiar, habitual y agradecido del abrazo a los amigos, del cariño a los niños, de tomar las manos del otro y trasmitirles calor y un gesto de esperanza. Siento nostalgia de los tés compartidos, a veces a la sombra de edificios destrozados, otras sobre un modesto mantel, casi siempre acompañado de un humilde dulce, lo que tienen. No sé cómo son aún capaces de explicar por enésima vez su desgracia a quienes casi simplemente solo podemos escuchar y escasamente ayudar. Y sonreírnos, y alojarnos.
Desde el Jerusalén ocupado comprendo y asumo que nuestro trabajo se enfrenta a retos muy duros y difíciles, porque como seres humanos no podemos ni seguir impasibles ni seguir las mismas estrategias de trabajo y sensibilización que hace algunos años, cuando la opinión pública era más receptiva. Siento que a lo largo de todos estos años la solidaridad internacional no ha podido quebrar ni una sola de las voluntades de Israel que sigue con sus planes de judaización de Jerusalén, ocupación permanente de Cisjordania y destrucción del guetto de Gaza. Y lo peor de todo ello es que el inadmisible y doloroso silencio que se tendió sobre Palestina sigue espesándose. Un silencio que incluye, dolorosamente, al gobierno de Ramala.
Que quede claro que no escribo esto con el ánimo derrotado, sino con la certeza de que la violencia –nunca tolerable- aquí ha alcanzado unos límites de enorme intolerabilidad moral y que ante esta situación, hemos de ser capaces de encontrar entre todos/as la estrategia y el camino que nos posibilite un salto cualitativo en la solidaridad, obligando a nuestros gobiernos a decantarse sin ambigüedades del lado de la justicia y la legalidad, frente al dolor y a la ocupación. La situación requiere de una reflexión y reacción amplia, conjunta y rápida. La vida de Gaza depende de un hilo.
Anwar me dijo un día en Gaza que “Dios no escucha la voz de los silenciosos”. Tal vez sea hora de dar una nueva dimensión a nuestras palabras y a nuestros hechos para evitar la destrucción del guetto de Gaza, y con ello la destrucción de moral de cualquier tipo de legalidad y de nosotros mismos. Si yo creyera en Dios, el gran ausente de la “Tierra Santa”, haría lo posible porque me escuchara. Se lo debo a Salima, a Shaima, a Fátima, a Sonia y a otras muchas mujeres, hombres y niños que de alguna manera, y a pesar de su sufrimiento, me han dedicado una sonrisa en Gaza.
Cristina Ruiz – Cortina Sierra
Asociación al-Quds Málaga
Mayo 2008
Salgo dolida por el silencio y más que por el silencio por la criminal complacencia que habita en las clases políticas, en los diplomáticos, en los estrategas, en muchos periodistas y en bastantes miembros de organizaciones internacionales. Me refiero al este y al occidente. A América, Europa y el Mundo Árabe, a China, a Rusia. A todos. Me refiero incluso al gobierno de Ramala.
Ya sé que mis palabras son duras, pero más dura es la vida de los palestinos de Gaza encerrados y bajo asedio a merced de la voluntad de Israel y de lo que traiga el mercado negro. A merced también del crecimiento e incremento de grupos radicales que van a dejar a Hamas a la altura de una chirigota. Más dura va a ser la vida de Shaima, de 8 años que aún tiene que recomponer su pierna a sabiendas de que no se podrá recomponer su familia rota por el ataque israelí. O la de Huda Ghalia, ya lejos del interés de los medios de comunicación, que vio la muerte de su familia en la playa hace dos años. Como dura es la vida de Salima que comenzó en la diálisis hace dos años y que con 16, cada día, dos veces a la semana, se le presenta un martirio para llegar al hospital, porque no hay medios de transportes y a veces cuando llega, no funcionan las máquinas o se paran por que no hay luz, o están ocupadas porque ya pasó su turno.
Más dura es la vida del pescador que no sabe si tendrá combustible y podrá faenar en las mínimas millas que les deja Israel a pesar de los tan traídos y llevados Acuerdos de Oslo. O de los taxistas, o de los miles de empresarios que han cerrado sus empresas, grandes o pequeñas, o que las han visto destruidas.La crisis energética inducida por los constantes cierres y cortes de combustible de todo tipo por parte de Israel, no discrimina entre niños que están en una incubadora, pacientes que viven dependientes de las máquinas, ancianos, niños que ven suspendidas las clases, trabajadores de todas las clases que no pueden desplazarse a su trabajo. Este castigo colectivo, junto a los constantes ataques está llevando a Gaza a una situación desesperada, pero no por ello claudicante, no por ello vencidos.
Esta actitud, de la que es más responsable que nadie Europa, -y dentro de Europa cada uno y todos los países firmantes de los Convenios y Cartas de Ginebra - que obligan a cada uno de ellos a cumplir y hacer cumplir con cuestiones tan elementales y básicas como proteger a la población civil ocupada, proteger los bienes y la capacidad productiva de los territorios ocupados, proteger la vida de los menores, garantizar el derecho a la educación, a la sanidad, a una vida digna, tendrá un efecto bumerang que nos va a dar de lleno, porque la violencia es un mecanismo de ida y vuelta y porque lo que se está haciendo en Gaza con cada uno de los cierres y asedios y destrucciones, y cortes de suministros son actos de violencia que toleramos y admitimos porque nos hemos acostumbrado a ellos.
En Gaza la violencia del ocupante no tiene límites y el sufrimiento del ocupado tampoco. La asfixia se llega a sentir hasta en los que podemos salir con más o menos garantías por que nos avala un pasaporte extranjero. La asfixia se siente cuando uno se sienta en la playa y ve las patrulleras israelíes en constante vigilancia de la costa, cuando se ven a lo largo de las fronteras los globos zeppelines colgados, las decenas de torres de control, las antenas militares, las rondas constantes de tanques y vehículos militares a todo lo largo de la frontera este de la Franja, cuando se ven los inmensos muros construidos como si se tratara de frenar una plaga medieval mortífera.
La violencia se manifiesta en los vuelos constantes de aviones pilotados o no sobre la zona, en la perpetua vigilancia, en las permanentes explosiones que acompañan el ritmo de una vida. En la muerte, tan presente en la vida de los palestinos. En la sangre que se mantiene agarrada a los muros de una casa, delatora de la crueldad del ocupante y del miedo de los niños. La sangre que nos salta a la cara llamándonos por nuestro propio nombre: “asesinos”, “cómplices”, “crueles cómplices tolerantes de todo, sordos al dolor”.
La violencia es cotidiana, es la inexistencia de combustible para cocinar, la ausencia de electricidad, la incapacidad de las madres en un momento determinado de calentar un biberón para un bebé que llora o en la presencia, cada vez más fuerte del trabajo infantil para suplir las carencias de una vida de por sí enormemente dura y difícil. Los niños son los encargados ahora de la recolección de madera, hojarasca y papel en los campos de refugiados que harán un poco de fuego para los hornos tradicionales de pan, o preparar algo caliente. Se les ve por todos lados, andando, con un carrillo con ruedas, en bicicleta, buscan como locos cualquier cosa que pueda arder. Suerte que el ocupante se ocupa de arrancar los árboles del entorno, no darán cosecha, pero podrán calentar la comida de miseria que les llega a través de organizaciones internacionales que se perpetúan a sí mismas en su labor caritativa y que no son capaces, ni en sueños, de dar soluciones políticas determinantes y drásticas a todo este despropósito.
La violencia se reproduce en las casas, en forma de maltrato a las mujeres o asesinatos por “honor”. También se reproduce contra los niños, en los niveles de desnutrición, en el desarraigo, en el absentismo escolar.
Cada día hacemos miles de gestos cotidianos que a la población de Gaza les están prohibidos por el simple hecho de vivir allí. La trascendencia de los mismos sólo se comprende cuando no puedes hacerlos y tu vida no está preparada para otra cosa: no poderte calentar un café antes de salir; no poder utilizar un ascensor, no tener una luz en las escaleras, no poder utilizar tu coche porque no hay combustible; no poder cargar un móvil, no poder enviar unos papeles por fax, o que no exista correo normal. Yo he venido al Jerusalén ocupado cargada de papeles sencillos que no suponen ningún riesgo para la “seguridad” del ocupante pero que su bloqueo sí que perturba y hace cada vez más difícil la vida de la población ocupada. El bloqueo consigue que una instancia para pedir una beca se convierta en una pesadilla, en lugar de un sueño, como debe ser.
El primer día que intenté en vano entrar en Gaza encontré en la frontera a una mujer de unos sesenta y tantos años. Estaba sentada en la única posible sombra que había allí: la que da la cabina de control de pasaportes. Llevaba una maleta azul y su imagen se me ha quedado grabada por varios motivos. Fátima, que es su nombre, nació en Jerusalén y su marido de toda la vida es de Gaza. Salieron los dos porque a él le hicieron una operación a corazón abierto en Amman. Al regreso, dejaron entrar al convaleciente, tras un viaje nada fácil a través de las fronteras israelíes, pero no a Fátima que continuaba allí cuando yo decidí coger un taxi y volver a Jerusalén. Aún hoy, continúa en Jerusalén sin permiso para entrar en Gaza. Simplemente porque nació aquí, donde tiene parte de la familia. Da igual que lleve 30 años viviendo en Gaza. Yo lamento no haber tenido reflejos en ese momento y haber esperado a ver qué pasaba con ella y haber regresado juntas a Jerusalén, no cabía en mi cabeza y aún no cabe, tanta crueldad calculada y fría; tanta determinación por hacer sufrir injusta e injustificadamente a la gente.
Sonia vive en Gaza desde hace 10 años. Es francesa y está casada allí. Es ilegal en Gaza porque los israelíes solo le dan un permiso de tres meses para entrar a su casa y luego tiene que salir y volver a pedir el permiso. Cansada después de tantos años, simplemente decidió no salir cuando estaba previsto y ahora teme que si sale nunca le dejarán volver a su casa. Ni su pasaporte ni su gobierno le ayudan. Las personas como ella, o no salen nunca, o no vuelven nunca. Israel decide su destino. Nada tiene que ver en esto la seguridad del Estado israelí.
Desde el Jerusalén ocupado, siento una enorme nostalgia por el sonido del mar, por el horizonte nocturno de luces de colores – cuando pueden salir los barcos a pescar – por la distancia que nos separa de aquel muro, de aquéllos amigos; por las enormes dificultades, no ya para ayudar, para liberarles, sino para hacer efectivo el simple gesto familiar, habitual y agradecido del abrazo a los amigos, del cariño a los niños, de tomar las manos del otro y trasmitirles calor y un gesto de esperanza. Siento nostalgia de los tés compartidos, a veces a la sombra de edificios destrozados, otras sobre un modesto mantel, casi siempre acompañado de un humilde dulce, lo que tienen. No sé cómo son aún capaces de explicar por enésima vez su desgracia a quienes casi simplemente solo podemos escuchar y escasamente ayudar. Y sonreírnos, y alojarnos.
Desde el Jerusalén ocupado comprendo y asumo que nuestro trabajo se enfrenta a retos muy duros y difíciles, porque como seres humanos no podemos ni seguir impasibles ni seguir las mismas estrategias de trabajo y sensibilización que hace algunos años, cuando la opinión pública era más receptiva. Siento que a lo largo de todos estos años la solidaridad internacional no ha podido quebrar ni una sola de las voluntades de Israel que sigue con sus planes de judaización de Jerusalén, ocupación permanente de Cisjordania y destrucción del guetto de Gaza. Y lo peor de todo ello es que el inadmisible y doloroso silencio que se tendió sobre Palestina sigue espesándose. Un silencio que incluye, dolorosamente, al gobierno de Ramala.
Que quede claro que no escribo esto con el ánimo derrotado, sino con la certeza de que la violencia –nunca tolerable- aquí ha alcanzado unos límites de enorme intolerabilidad moral y que ante esta situación, hemos de ser capaces de encontrar entre todos/as la estrategia y el camino que nos posibilite un salto cualitativo en la solidaridad, obligando a nuestros gobiernos a decantarse sin ambigüedades del lado de la justicia y la legalidad, frente al dolor y a la ocupación. La situación requiere de una reflexión y reacción amplia, conjunta y rápida. La vida de Gaza depende de un hilo.
Anwar me dijo un día en Gaza que “Dios no escucha la voz de los silenciosos”. Tal vez sea hora de dar una nueva dimensión a nuestras palabras y a nuestros hechos para evitar la destrucción del guetto de Gaza, y con ello la destrucción de moral de cualquier tipo de legalidad y de nosotros mismos. Si yo creyera en Dios, el gran ausente de la “Tierra Santa”, haría lo posible porque me escuchara. Se lo debo a Salima, a Shaima, a Fátima, a Sonia y a otras muchas mujeres, hombres y niños que de alguna manera, y a pesar de su sufrimiento, me han dedicado una sonrisa en Gaza.
Cristina Ruiz – Cortina Sierra
Asociación al-Quds Málaga
Mayo 2008
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